Y pensar que esto le pasa a diario a muchos niños y niñas en los salones de clase de nuestros países…
Hola, soy Matías, tengo 21 años y les quiero contar mi historia con la neurodiversidad, y cómo sin conocer este concepto pude vivir y comprender su importancia y todo lo que puede hacer por la enseñanza escolar.
A pesar de mi corta edad, fue en
tercer grado de primaria que, acompañado del apoyo de mis papás, tomé la
decisión de cambiarme de colegio. La presión de ir a estudiar de lunes a
viernes durante siete horas diarias a un lugar en donde no te sientes cómodo y
no te dejan mejorar es lo menos motivante para aprender.
Las profesoras no se esforzaban
por entender a los alumnos, todo lo contrario, esperaban que todos se amolden a
una misma manera de enseñar, aprender y avanzar; si uno era como en mi caso, un
poco más hiperactivo o tenía letra fea, esto se convertía en barreras que impedían seguir el ritmo de la clase y lo
único que generaban era una gran tensión en mí y mis otros compañeros de clase.
A pesar de que era hiperactivo y tenía mala caligrafía mi comprensión y
oralidad era buena, sin embargo los profesores tenían la percepción de que tenía
una mala actitud hacia la clase y no buscaban comprenderme, solo me sancionaban
y no lograban ninguno de sus objetivos como educadores.
Debido a la tensión que sentía al
tener profesores que criticaban todo mi trabajo en vez de brindarme
herramientas para hacerlo mejor, comencé a mostrar tics nerviosos. Mis papás se
preocuparon y me llevaron al psicólogo para una evaluación y comenzar un ciclo
de consultas constantes, encontrando que en el campo intelectual no presentaba
ningún problema por aprender y me desarrollaba bastante bien en todos los temas
que tocábamos en clase. Por el lado social no había problema alguno, se me hacía
bastante fácil entablar conversaciones con todo tipo de personas y tenía
bastantes amigos en el colegio. Finalmente, en el diagnóstico que recibí me
dijeron que mi problema de caligrafía era por disgrafia y que por esto mi ubicación
en el espacio no era tan buena y además, era un tanto hiperactivo.
Me hubiera gustado pensar desde
un comienzo que esto se resolvería fácilmente pues la letra fea puede mejorar y
ser hiperactivo podía ser controlado si aprendía a enfocarlo y controlarlo, sabiendo que era
parte de mi personalidad e iba a estar conmigo siempre. Sin embargo no fue así debido a que en los primeros grados de
primaria los problemas se comenzaban a dar y los profesores no buscaban que yo
me sintiera cómodo para mejorar los aspectos en los que no me iba tan bien y me
exigían los mismos resultados que a mis demás compañeros, sin apoyarme con
herramientas adecuadas y sin reconocer los aspectos positivos que alcanzaba y
me costaba lograr -que hoy recuerdo eran varios- pero que se opacaban por el
poco conocimiento que tenían mis profesores de todo lo que me pasaba. Todo lo
contrario, cuestionaban mi actitud, me hacían dedicarle mucho tiempo, casi
todo, a mejorar mi letra y mi comportamiento en clase. No lograban comprender
que tenía disgrafia e hiperactividad, sin entender que para mí escribir mejor
era algo difícil, al igual que estar sentado en una silla todo el tiempo que
dura una clase.
Fue de esta manera que mi percepción del colegio no era la de un centro de aprendizaje en donde uno va a prepararse para el día a día, por el contrario, yo percibía el colegio como un lugar en donde había gente a la que le iba bien y gente que no, sentía que no era capaz de desenvolverme en este ámbito y sentía también mucha presión porque pensaba que era un camino muy largo al cual nunca me iba a adaptar, era bastante doloroso y difícil de entender.
Debido a la frustración y la
ansiedad generada, mis padres se dieron cuenta de que yo no era el “perfil de
alumno” para el colegio en el que estaba, entonces tomamos la decisión de
cambiarme de colegio. En el segundo colegio (un colegio religioso “normal”,
para “gente normal”; en teoría igual al anterior) las cosas fueron muy
distintas, los profesores se enfocaban en que tú potencies tus principales
habilidades y mejores con el tiempo y constancia las dificultades mostradas.
Fue ahí cuando comprendí la
importancia de que los profesores sean comprensivos con todos los alumnos, que
entiendan que todos somos diferentes y por lo mismo tenemos formas de aprender
diferente. Tuve una increíble experiencia cuando a diferencia de mi primer
colegio, me premiaban por mejorar mi letra en vez de sancionarme por no ser
igual al resto, mi tutora tenía una metodología de evaluación que se adecuaba a
la personalidad de cada alumno, además me dejaba salir al patio a caminar si es
que sentía que necesitaba relajarme ya que de esta manera yo iba a estar más
dispuesto a disfrutar la clase y aprender.
Me gustó mucho que los profesores
busquen apoyarte en todo sentido y tengan como meta principal lograr que todos
los alumnos se sientan cómodos, aprendan lo máximo que puedan y, principalmente,
que sepan potenciar las diversas habilidades que se pueden encontrar en una clase
con más de treinta alumnos.
Hoy en día me encuentro en 8° ciclo
de la universidad, no he tenido mayor dificultad para adaptarme y el último
ciclo culminé en el 10° superior de mi carrera. Además, realizo mis prácticas
pre profesionales en CEREBRUM, donde he
podido aprender varios temas muy interesantes sobre la NEURODIVERSIDAD y que me
ha motivado a compartir esta reflexión:
¿Qué hubiera pasado si en este
primer colegio, los docentes hubieran conocido acerca de Neurodiversidad?
¿Cuántos niños y niñas pueden estar atravesando situaciones como esta sin tener
la atención adecuada en sus escuelas?
Me da gusto ser parte del equipo
de comunicaciones de CEREBRUM y ayudar a que más maestros se informen sobre el
tema, que según mi experiencia es trascendental en su formación y tengan la
oportunidad de respetar la diversidad de su aula para formar mejores seres
humanos que disfruten de su aprendizaje.